Utilizaban de él su carne y huevos como fuentes de proteína. También empleaban sus plumas con fines ornamentales. Los aztecas asociaron al pavo con su dios Tezcatlipoca.
Posteriormente, en el año 1498, los conquistadores españoles de regreso a Europa llevaron consigo pavos domésticos —con el nombre de gallinas de Indias— con lo cual se inició su reproducción en ese continente, primero en España, y luego a otros países, en donde en casi todos se fueron desarrollando razas propias. Allí sería seleccionado durante siglos, consiguiéndose aves de carne apetecible, rápido crecimiento y gran tamaño corporal.
A Inglaterra llegaron en el año 1521 desde Turquía, razón por la cual el pavo se denomina en inglés turkey ('turco'). Los ingleses lo repatriaron a América, al introducirlo en sus colonias de América del Norte. Allí, en en la región de Nueva Inglaterra crearon la «raza Bronceada» mediante cruzas entre el pavo doméstico y la subespecie salvaje que habitaba en los bosques de los montes Apalaches.
Antes del siglo XX, una cena de Navidad con pavo era un lujo sólo para pudientes, los que con él reemplazaban al típico ganso de las mesas de las clases obreras. Varios hechos acaecidos durante el siglo XX hicieron que su el precio de su carne se redujera drásticamente, por lo que lo tornó más asequible a las clases humildes, haciendo que el pavo fresco sea un alimento barato y fácilmente disponible. La producción avícola intensiva de pavos se tornó popular a partir de la década de 1940. La disponibilidad de la refrigeración permitió que pavos congelados puedan ser enviados a mercados distantes, aprovechando para ello los avances en el transporte marítimo. Grandes mejoras en la lucha contra las enfermedades que los afectaban, aumentó aún más su producción. Las preferencias de los consumidores acompañaron estos cambios.
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